El Papa Francisco ha decido beatificar a San Romero de América, que es como Pedro Casaldáliga, quien con toda seguridad, cuando muera merecerá ser llevado a los altares, habla de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, muerto a balazos cuando celebraba la misa. No fue el único que padeció el martirio: catequistas, sacerdotes, religiosas fueron perseguidos, torturados, encarcelados y asesinados por los paramilitares amparados en un gobierno dictatorial y corrupto y financiado y apoyado por “la Bestia ” (apelativo que en el Apocalipsis se aplica a Nerón y en los años 80 se podía aplicar a Ronald Reagan).
Todos los mencionados sufrieron por defender a los pobres, que eran los que masiva y anónimamente morían, desaparecían o eran torturados. Era la iglesia de los pobres, la comunidad cuya fe le llevaba a anunciar la liberación, la que los convirtió en el sujeto revolucionario y que nos alumbró a occidente donde la Iglesia se dormía entre tradiciones, ortodoxias, chivateos y condenas. Son los años posteriores cuando se quita de sus cátedras a los teólogos jesuitas en España, cuando el anterior papa condena a Leonardo Boff a “un año de silencio obsequioso”.
El martirio de Oscar Romero no fue el único, pero sí el más difundido y su muerte generó esperanzas por lo alto que sonó su mensaje: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, y si vuestros superiores os ordenan matar, Dios os dice “no matarás”; “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Y resucitó en “cada brazo que se alza para defender al pueblo del dominio explotador” como cantaba Carlos Mejía Godoy.
Que Francisco, el Papa que a todos sorprende, que no deja a nadie indiferente, haya decidido que se debe elevar a los altares a monseñor Romero es un signo de esperanza, es una demostración de que la Iglesia cambia los acentos, que pone su mirada e intenta llamar nuestra atención sobre lo que supuso y representa la Iglesia de los pobres. Significa que se hace justicia histórica a cuantos murieron silenciados en sus torturas y no siempre amparados por la jerarquía.Y es hermoso que se recupere la preferencia por los pobres, por los oprimidos, que atraviesa toda la Biblia y hace honor a la tradición de la Iglesia de los mártires, porque abre un nuevo tiempo, una nueva tendencia en el mundo para que se cambie la prioridad, el foco de atención: o los mercados financieros o los seres humanos. Francisco ya ha hecho su elección, como monseñor Romero hizo la suya situándose del lado de las víctimas.
Por todo ello doy gracias a Dios por Francisco, por su valentía, por su claridad, por ser un soplo de aire fresco en una Iglesia necesitada de alegría. Y doy gracias por Monseñor Romero y todos los que quedaron incluidos en su martirio porque con su muerte alumbraron un nuevo mundo y con ellos participamos en el banquete de la comunión de los santos.